jueves, 27 de diciembre de 2007

Prescindir de los dioses, pero no de los altares

Junto al animismo helénico, el romano carece eternamente de imaginación, y sólo es capaz de inventar un enjambre de dioses liliputienses o genios. Sus dioses mayores los va a pedir prestados a Grecia.

Por lo demás, los dioses romanos son una especie de senadores honorarios de la República: dioses del Estado, es decir, de clase dirigente.

Cuando Lucrecio señala inmortalmente el fondo de ignorancia, de terror y servilismo de las religiones, Cicerón, patrono de abogados hasta hoy, sólo atina a demostrar que la religión es un mal necesario – para guardar los privilegios de senadore sy caballeros, se sobreentiende-. Catón se atreve a confesar que dos augures no pueden mirarse a la cara sin reírse.

Pero el prurito tradicional de veneración y consuelo de las masas aplastadas precisaba otra cosa. Le vino de los dos grandes veneros religiosos del mundo mediterráneo y apenas tocados de helenismo en las costas: Egipto y Asia Menor. Una verdadera avalancha de los más abigarrados cultos, de las más ingenuas y cavernarias supersticiones, del misticismo más traidor de la realidad: todo lo cual no sólo estaba a tono con la inocencia de las masas, sino que traía lo que más precisaban en un época crucial de depresión y desolación: una esperanza de justicia..., aunque fuera más allá del mundo. Adoradores de Osiris, de Isis, de Serapis, de Atis, de Mithra, de Adonis, de Sabazio, de Deméter: mosaístas, esenios, terapeutas, nazarenos, astrólogos caldeos y sirios, cristianos. La cosa llegó a su instante cenital cuando “Basiano, sacerdote de la Piedra Negra de Emesa”, posó sus nefandas nalgas en el trono imperial, con el nombre de Heliogábalo, en el año 280.

Con la colaboración y la sanción sacramental de las religiones orientales, el más bello fruto de las sociedades grecorromanas se pudrió del todo: la capacidad de autogobierno. Los emperadores pudieron ya ser divinizados...

Octavio, no obstante su descreimiento, apoyó el culto religioso, pues adivinaba que un monarca pude prescindir de los dioses, pero no de los altares. Tito Livio, Virgilio y Horacio también lo sabían y por eso colaboraron patrióticamente con el proto-emperador que inició el gran derrumbe.

Pequeño diccionario de la desobediencia - Luis Franco
Editorial Américalee - 1959

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hello. This post is likeable, and your blog is very interesting, congratulations :-). I will add in my blogroll =). If possible gives a last there on my blog, it is about the Wireless, I hope you enjoy. The address is http://wireless-brasil.blogspot.com. A hug.