sábado, 6 de octubre de 2007

Espacios vacíos

Pero no eres la única persona a la que le pasa esto, y creo que ya lo sabes, o deberías, de tanto que hemos hablado. Déjame decirte que algo de eso es lo que me ocurre a mí en este momento, pero al revés, curiosamente. Recuerdo que tengo una casa en algún lugar de la costa con muchas playas, y un perro de ojos claros que la guarda ansioso hasta que yo regrese. Recuerdo las expresiones de asombro de los conocidos al contar historias que suenan a lejos, con palabras que jamás van a utilizar. Describir sitios a los que poder ir sin preocuparme de cuánto voy a tardar, o tan sólo sentarme en cualquier lugar y pensar que quizás aquí me podría quedar. O no. Pero claro, es tan evidente que me veo obligado a hacer como tú. Con la almohada acoplada y la manta estirada, procuro no acordarme de lo malo y sí de lo bueno, entremezclando la realidad con mucho romanticismo, y otra vez, deseando lo que no tengo.

El día después de irte, que curiosamente no logro situar con exactitud (y esta es otra peculiaridad de cómo se las gastan los días aquí, que pasan rápidamente y se amontonan en mi memoria como un taco de folios fotocopiados, sin índice ni pistas con las que poderme guiar, como el archivo de un viejo loco obsesionado con la literatura de viajes, que guarda todo aquello que tenga un mapa, una dirección, una referencia de cualquier sitio en el mundo, sin entender que los lugares, por sí mismos, carecen de nombres y apellidos, que ésos se los ponemos nosotros). Te decía, me llegó una carta del ayuntamiento. Una carta que ponía: Hola, es usted ciudadano de aquí y tiene que pagar, no sabemos exactamente el qué, pero tiene que pagar. La cantidad es un tercio del doble de lo que había calculado. Haciendo números consigo repartirlos entre Mantenimiento General de la Ciudad, y Otros Gastos Derivados. Imagino será por caminar y gastar las aceras, porque es lo único que hago desde hace cuatro meses. ¿Recuerdas aquel dicho de aquí se paga por todo?, pues es más cierto que nunca. Aquí se paga hasta por vivir.

Y es que para llevar esa idílica vida de ciudadano hace falta algo más que ganas. Hace falta dinero, mucho dinero. Y para tener dinero a su vez se necesitan dos cosas. La primera, que es preparación, para superar la competitividad laboral y acceder, al menos, a un puesto de trabajo donde no tengas que poner esa buena cara tan forzada de los inmigrantes, hartos de recorrer el mismo metro cuadrado durante ocho horas. Y la segunda, carecer de escrúpulos, para no vomitar, de la cantidad de mierda que puedes llegar a tragar. Ahora te hago una conclusión con la que espero no estés de acuerdo, para dar más rienda al juego. La puedes traducir como “formar parte de la cadena del capitalismo” más puro y crudo. Pero es algo con lo que ya contaba, estarás pensando. Y claro que lo sabes. Lo sabes tú, lo sé yo y lo sabe el perro que pasea la señora del quinto, que se alimenta de comida vegetariana y caga entre los rosales del jardín. Pero a veces se nos olvida que venimos de un sitio donde ese capitalismo no está tan acentuado. La verdadera cuestión es: ¿qué necesitamos para vivir?.

Es fácil sopesar en una mano los valores que estoy dejando atrás al estar tan lejos y los que también estoy ganando. Ahora soy más hijo de puta, más egoísta si tengo que decirlo de manera suave. Soy amable y atento con la gente de aquí, pero porque ellos lo son conmigo, no porque sea lo que realmente sale de mí. Sopesarlo, te digo, es darme cuenta de hacia qué lado se inclina la balanza. Definitivamente encajamos dentro del cliché de buscar una pareja y formar una familia, para conseguir un trabajo tranquilo que no nos incomode y comprarnos una casa lo más alejado de la civilización posible. Porque en verdad esa civilización no es sino un lugar donde acudir para cumplir ese papel heredado genéticamente de nuestros antepasados: la ciudadanía. La sociedad que contrariamente empuja al individualismo y contra el ambiente rancio que nos rodean, haciéndonos entender que los que no están a nuestro favor es porque están en nuestra contra. Para mí ya es una realidad que necesito estar al lado de quienes quiero, sin importar cuánto o qué me pueden dar. Su sola presencia ya es un premio que he logrado, a base de años de soportar la convivencia, y del que merezco disfrutar. Pero de nuevo vuelvo a contradecirme, porque he necesitado de abandonarles para entenderlo, y más, porque ese mismo egoísmo que estoy aquí adquiriendo me servirá de arma para decir sin temor qué es lo que quiero y qué es lo que no. Veo clara la fuerza del ser humano y soy consciente de lo que podemos llegar a hacer para sobrevivir, y entiendo lo privilegiado que soy en determinados momentos, aunque no siempre me dé cuenta de ello. Por si te tranquiliza y te suaviza el sueño, no has hecho mal, ni al querer conseguir lo que pretendes, tan sencillo y complicado a la vez, ni al reconocer que quizás el futuro, convertido en presente, no es exactamente como lo habías pensado. Seguimos siendo animales salvajes tratando de sobrevivir. Y sobre las obligaciones que tanto nos ocupan el cerebro sólo me atrevo a decirte que irónicamente son las que nos producen más obligaciones.

No hay comentarios: